martes, 22 de agosto de 2017

¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE QUE LOS HIJOS APRENDAN A ESPERAR?



En el mundo de la inmediatez hay valores que cada vez encontramos con menor frecuencia. Uno de ellos es la espera, la calma, el no ser esclavos de la respuesta inmediata. 





La urgencia de lo cotidiano, el deseo pujante por lo inmediato, la inagotable oferta de nuevas cosas y la multiplicidad e instantaneidad de los vínculos depositan en la palabra esperar una valoración negativa. 

Todos los menores de 40 hemos sido parte de la formación de una sociedad que nos moviliza al tiempo futuro, cada una de las pretensiones están enfocadas en aquella nueva relación/cosa/conocimiento que queremos tener ¡Ahora!


El aprender a esperar, poder manejar la desilusión de no alcanzar lo deseado y saber qué hacer con ello son categorías psíquicas que se van construyendo con los hijos desde la más tierna infancia (uso aquí el término infancia en relación a eses infans que etimológicamente hace referencia a aquel que no puede hablar); en el momento en que se construyen los primeros vínculos –madre/hijo- se erigen ciertas formas de relación que se repetirán a lo largo de nuestras vidas.


Para Winnicott, psicoanalista de la escuela inglesa, resulta fundamental que las madres aprendan a ilusionar y desilusionar a sus hijos. Esto lo habla en referencia primera con la saciedad del hambre, planteando que si cada vez que el niño llora y su madre corre a saciar su llanto, el pequeño no sabrá como tramitar esa angustia, no aprenderá a esperar, a saber qué hacer con ese deseo no satisfecho instantáneamente


Si bien estas categorías son usadas por el autor para describir los primeros momentos de la díada madre-hijo, también serán una base desde la cual el niño aprenderá a convivir con ese objeto externo, ese otro que no le pertenece y con el cual deberá relacionarse, aprendiendo a respetar los tiempos de ambos.

La espera en el adolescente


Phillippe Jeammet, psicólogo francés, sostiene en una entrevista que hace unos años concedió a la también psicóloga María Esther Gilio que, la tarea de ser padres es una de las más difíciles de la vida. Nuestra condición de seres humanos nos hace conscientes de nuestros límites y necesidades y tener que lidiar con las necesidades de otro por momentos puede resultar apremiante. 

¿Cómo enseñar a esperar a un niño o adolescente? La importancia de marcar límites, asumiendo la importancia de estos para los hijos aun cuando imponerlos ocasione una discusión un mal rato; es necesario reconciliarse con los límites y entender lo necesarios que son para la formación de un ser social. Un buen ejemplo de límite es enseñar a esperar, pues no saber hacerlo es de las peores cosas que les pasan a los adolescentes; si un adolescente aprende a que no todo puede ir obteniéndose de manera inmediata se habrá dado un gigantesco paso en pos de una vida adulta con menores sentimientos de fracaso.



El deprimirse frente a los límites y frente a la espera son dos situaciones “normales”, que a menudo les suceden a los adolescentes, pues por falta de experiencia no entienden que la espera forma parte de la vida. Desde ese lugar, desde la experiencia, es el adulto quién debe ir transmitiendo esa calma, la confianza en que la espera no es en vano, que tras ella existe una satisfacción. 

Aquellos que no aprenden a esperar en el amplio sentido de la palabra. Esperar por algo que quieran tener, por una persona, por una respuesta, por una llamada… sufren de la fragilización que padecen los impacientes, quienes al llegar a la adultez se angustian frente al tiempo. 



Como padres, pero principalmente como sociedad tenernos el deber de entender a la espera desde una mirada positiva, de reencontrarnos con la calma, con la pausa, con el tiempo, pues finalmente quien aprende a esperar dejará de ser esclavo de la respuesta inmediata, del deseo urgente. Enseñar a esperar es parte de enseñar a ser adulto, es parte de formar en la confianza, no en la represión, pues saber esperar es una condición propia de la libertad… quien sabe esperar es libre, libre del tiempo apremiante que nos impone la sociedad.

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