viernes, 15 de diciembre de 2017

QUE BIEN TE VEO! ¿POR QUÉ DUELE TANTO?

que bien te veo
Que bien te veo…puede que lo escuches tantas veces a lo largo del día. Hemos cambiado la forma de comunicarnos, cada vez tenemos menos tiempo y muchas veces pararse cinco minutos para escuchar puede ser romper el planning del día. Hemos roto las formas de cortesía y en vez de dejar tiempo para hablar, rompemos el diálogo abierto.
La afirmación al servicio de la economía del tiempo. Un tiempo que no se tiene.
Tras una simple frase hay un revulsivo para quien siente dolor, o simplemente es enfermo crónico. Porque el colectivo de enfermos de fibromialgia no es el único colectivo de enfermos que le duele el que bien te veo.
El que bien te veo duele por igual a todos los enfermos crónicos.
Y nada tiene que ver esta respuesta con el desagradecimiento, nunca tan lejos, más bien es que no se vé una parte de la persona. Sigue oculta una parte de él ante la sociedad, y le recuerda lo difícil que es cada día seguir y hacerse entender.
Hacer comprender que el vive otra realidad, la de la limitación y la lucha titánica por la adaptación a la sociedad. A encontrar un hueco en el difícil y complejo engranaje de la sociedad cada vez más exigente.


Un día de tantos de Laura…

Ya a las seis cuando salía del despacho desfallecía, no sabía cómo poner las piernas y como escuchar al último paciente, eran demasiados “comos” a sortear a la vez. Tenía que mantenerse centrada. Luís era un anciano, ya con muchas patologías crónicas y debía ajustar su medicación.
“Laura mantente firme” (se repetía una y otra vez mientras el dolor le atenazaba la espalda y las piernas, ya no sabía cómo sentarse). Cerraba Luís ya la puerta, lo consiguió, pudo escucharle y tras hacer cábalas por reajustar el tratamiento y hacerle hasta algún guiño benevolente a aquel anciano bonachón que le recordaba tanto a su padre.
“Me quitaría los zapatos si supiese que no iba a entrar nadie” Recogió lo guardó todo en su maletín y salió mirando sus zapatos, sus continuos despistes le había jugado ya alguna mala pasada, pero sí, si los llevaba puestos se lo recordaba el dolor a cada paso.
Se metió en el coche, respiró sólo eran las seis y tenía que ir a recogerlos.


Marcela Y Alejandro…

Esbozo una sonrisa, iba a verlos de nuevo desde las ocho de la mañana. ¿Cómo estarían? Marcela acababa su clase de piano y Alejandro su repaso de química. Deseaba tanto verlos, pero había un especial momento que temía…sus abrazos.
Se echaban encima de ella con el entusiasmo de las largas horas separados. ¿Cómo explicarles que dolía? ¿Que sus abrazos casi la dejaban sis fuerzas para conducir hasta casa? No podía, y así llevaba años.
Ya no importaba se había acostumbrado al dolor de los abrazos, y a la desesperación del último esfuerzo de llegar a casa, mientras se concentraba en conducir y en escuchar todas las novedades del día.
Pisó las puertas de casa desorientada, los oía pero no les escuchaba…miró de nuevo el reloj. Las siete y media (venga has resistido todo el día no vas a desfallecer ahora) deberes,baño, preparar ropa…”necesito sentarme, debo sentarme pero si me siento ya no podré levantarme” no podía parar, no debía hasta que llegara Marcos del trabajo.

Marcos

Hablando de Marcos, la puerta, llegó, corrió hasta sus brazos eran las ocho. Doce horas sin verse y necesitaba su abrazos, sus brazos para poder desmontarse durante segundos de tanto esfuerzo físico y mental. Sus vidas en estos últimos tiempos se han convertido en eso, en una escapada de ocho a ocho, despedirse y reencontrarse. Laura deseando que llegase y Marcos deseando abrazarla.
Marcos sabía que era inhumano las fuerzas de Laura, la quería tanto y día a día la veía desmontarse a causa del dolor. Marcos la olía entres sus brazos quería protegerla pero no sabía cómo. No le mostraba su rabia y miedo a Laura pero tenía tanto miedo como ella. Ella a desfallecer y el a que desfalleciera.

Marcos, Marcela, Alejandro…y Laura

Marcos pasó a la acción, por fin Laura pudo descansar. Se sentaba por fín, y todo el cuerpo le gritaba. No encontraba la postura, no encontraba paz. Los miraba de lejos a los tres y estando allí ya los añoraba. Sentía que se estaba perdiendo los momentos más bellos de la familia, la paz de la noche de contar las aventuras del día de los secretos y de los consejos. Pero no podía más.
Y al fin llegaba la noche, la noche en que despiertan las bestias. Las bestias se despertaban y junto a ella…en silencio recorría las habitaciones, entre el dolor y la soledad de la noche, veía pasar las horas. Horas eternas contras las que luchaba en silencio contra el dolor.
Le daba tiempo a todo y a nada, repasaba el día hasta donde podía y asomaba el dolor de forma violenta. Recordaba las caras, las anécdotas de Marcela y Alejandro (que feliz que era). Preparaba material para el día siguiente. Leía las revistas médicas con las novedades…recordaba a aquella paciente que le había dado las gracias, necesitaba rodearse de cosas buena para seguir luchando contra el dolor que la atenazaba y sorprendía en cualquier parte del cuerpo.
Y como cada mañana se empezaba a preparar a las cinco y media, un ritual tedioso y largo, la ducha, vestirse con las pocas fuerzas que le quedaban. Componerse para ocultar la guerra de la noche y volver a comenzar el día.
Laura acabó la noche. Lo consiguió.

El nuevo día y…

Alejarse de Marcos de Alejandra y Marcelo y volver al día a día…exhausta pero con su mejor sonrisa.
Su primera visita, su primer paciente y escuchar:- ¡Doctora que buena cara tiene!
Laura ríe, sabe que Inés la quiere, son ya 10 años de confidencias de médico-paciente. Pero frente al cariño de Inés siente tristeza y lucha contra sus lágrimas, no sabe cuánto tiempo más podrá luchar contra el dolor, contra el cansancio. No piensa tirar la toalla. Y es que Inés no tiene la culpa, tiene la culpa la vida.


Fuente: https://fibromialgianoticias.com

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